Las arenas del tiempo 1: La momia sin ojos
Lorenzo Díaz, Francisco Naranjo y Ricardo Machuca
Dibbuks
En 1930, un grupo de arqueólogos británicos descubre una momia sin ojos en la excavación de la tumba de uno de los hijos de Ramsés II. Más de 3000 años antes, Kheti, hijo de Ramsés II, supervisa con vehemencia la construcción de su faraónica tumba, en un alarde de grandeza discutida por su propia hermana. Pero los sucesos presentes y pasados se precipitan en una prohibida historia de amor, tan universal como la vida misma, condenada a repetirse por siglos. Tanto da el escenario que escojamos para relatar una relación imposible. Sea el antiguo Egipto, mediados del siglo XX o la Verona renacentista, la fuerza de los sentimientos que nos unen siempre provocará la comprensión de unos y las iras de otros.
Lorenzo Díaz y Francisco Naranjo, quienes rubrican el guión a cuatro manos de esta primera entrega de Las arenas del tiempo, entrecruzan los dos relatos presentados con estudiada sincronía. A pesar de unos primeros pasos algo dubitativos, en la presentación de ambas tramas y los personajes que las protagonizan, acaban tejiendo una única historia entre dos tiempos, reflejo uno del otro. Es la irónica simetría del paso de los siglos, de los acontecimientos y las consecuencias de unos actos humanos inmutables. La atemporalidad de una aventura que queda patente con la yuxtaposición de escenas de una y otra época, mismas piezas del mismo puzzle.
El atractivo dibujo de Ricardo Machuca y los suaves colores aplicados nos pueden dar la sensación de leer un álbum dirigido a un público exclusivamente juvenil. Se nota la experiencia del autor en el campo de la animación, en un cómic que se acerca gráficamente a la adaptación de un largometraje. Entiéndase esta sensación sin connotaciones negativas, por supuesto, pues la labor narrativa de Machuca ayuda sobremanera a la construcción de la línea argumental propuesta por los guionistas.
En definitiva, Las arenas del tiempo 1: La momia sin ojos supone la lectura más que agradable de dos historias de amor que devienen una sola, con una exposición singular pero efectiva y un dibujo realmente llamativo a la par que portentosamente funcional.
Hellville
Thomas Ott
La Cúpula
En Hellville, Thomas Ott vuelve a arrancarnos de cuajo nuestra artificial corteza de seguridad, aquella que nos protege de nuestros miedos interiores, de las más temibles pesadillas. A modo de breves historias que aluden en su presentación a las añejas Tales fromo the crypt de EC Comics, el suizo nos presenta unos relatos oscuros, morbosos y rebosantes de un imposible humor negro, no apto para todos los paladares. Las distintas ficciones que componen esta recopilación son sórdidas, macabras y violentas, maquinadas para que el lector no sepa adivinar el giro final, en un juego de fantasías alejado de la moralina pero con una ironía mordaz y vengativa. Ott no se conforma con relatar historias sin más: quiere que escarben en nuestro interior para sacar a relucir la más inquietante desazón. Desgarra la oscuridad para descubrir la esencia de todo mal escondido en el subconsciente, para provocarnos un malestar que sólo se ve aliviado con el matiz de humor negro con que impregna sus inesperados desenlaces.
El impresionismo y la cruda fuerza de sus dibujos se graban a fuego en los ojos del lector, de igual forma que rasgan las páginas donde se imprimen. Nos hace enfrentarnos de forma silenciosa con su descarnada y retorcida mente en unas obras que no necesitan de exiguas e insustanciales palabras para transmitirnos todo el miedo que pretende. Thomas Ott consigue con Hellville lo que varios autores tratan de alcanzar empleando muchos más recursos. Y es que el ingenio del autor suizo no requiere de nada más que poderosas y sugestivas, pero sobre todo universales, imágenes para atraparnos en una villa infernal.
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